24 septiembre 2012

Partida entre robots

Posted in Humor Ajedrecistico a 22:16 por ajedrezcolon

Más humor ajedrecístico aportado por Beto!

 

 

 

 

Anécdotas de Najdorf

Posted in Anécdotas de GM a 21:03 por ajedrezcolon

Como siempre, Beto aportando material para esta sección del blog. Aquí, unas anécdotas del mejor ajedrecista de todos los tiempos que haya representado a nuestro país, sacadas del libro «Najdorf x Najdorf», de su hija Liliana::

«Corría 1924.  Miguel Najdorf tenía entonces catorce años y una tarde, a la salida de la escuela, fue de visita a la casa de su compañero Rubén Fridelbaum.  Lo recibió el papá de su amigo, un violinista de la Filarmónica de Varsovia, quien le informó que Rubén había ido hasta la farmacia a comprar unos remedios.  El hombre estaba engripado y terriblemente aburrido.  Mientras aguardaban el regreso del hijo preguntó si sabía jugar ajedrez.  Mi papá dijo que no y el violinista contestó de mal modo: -¿No te da vergüenza?, un chico inteligente no puede ser tan ignorante.  Acercate al tablero que te enseño.

Por cortesía tuvo que aceptar.

Le indicó el nombre de las piezas, el movimiento y valor de cada una y jugaron unas pocas partidas.  Salió entusiasmado y se compró un libro de ajedrez en francés para seguir estudiando.  A la semana siguiente ya le daba a su maestro una torre de ventaja.

A los dieciocho años jugó su primer Torneo Nacional de Polonia, quedó en quinto lugar y logró los tres premios instituidos para las jugadas más «bonitas».

Eran tiempos de esplendor para el ajedrez polaco.  El nivel de competición era muy alto y se disputaban la primacía del continente con sus pares de Alemania, la Unión Soviética y Yugoslavia, entre otras potencias de Europa.

En 1934 obtuvo el título de Campeón de Varsovia.  Esa primera conquista lo llenaba de orgullo.  Los demás ajedrecistas de su país ya lo respetaban y le temían a la hora de entrentarse con él.

En 1935, cuando representaba a Polonia en las olimpíadas jugó contra Gluksberg la partida que Tartakower denominó «la Inmortal Polaca» y luego la crítica llamó con más precisión la «Inmortal de Najdorf»:

-En la Inmortal Najdorf yo he previsto catorce jugadas, pero a veces las inmortales son mucho más sencillas que las partidas jugadas posicionalmente, aunque estas últimas no alcancen lafama.

Desde que descubrió el ajedrez nunca más abandonó el juego.  Su pasión lo llevó a descuidar los estudios.  Esta situación generaba conflictos permanentes con su madre, que le quemaba las piezas y el tablero en la chimenea de la casa pese a que él explicaba que quería hacer de ello su profesión.

-Me van a crecer margaritas en la palma de la mano antes de que llegues a alguna parte con esa tontería- replicaba ella.»

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«Si bien en Europa se estaba gestando el horror que vendría, el período entreguerras fue para Varsovia un lapso de expansión en lo cultural que permitió el desarrollo de Genia como pianista y el progreso de su marido como representante de Polonia.  Tuvieron una hijita, Lusha, Lucía.

-Nací dos veces sin haber pasado por el requisito de la muerte, una a los cero años igual que todo el mundo, la segunda a los 29- decía siempre.

En 1939 se jugaba la VIH Olimpíada Mundial de Ajedrez en Buenos Aires.  Era la primera vez que se realizaba en América.  Mi papá era campeón polaco y, aunque vino como capitán del equipo olftnpico, cedió el primer tablero a Tartakower.  Polonia obtuvo el segundo puesto y mi padre la medalla de oro olímpica al conseguir más del setenta y cinco por ciento de los puntos en sucesivas victorias.

Genia había quedado en Varsovia porque, enferma de gripe, no se animó a enfrentar el viaje.

Nunca entendí cómo una gripe la hizo desistir de salvar su vida y la de su hija.  Alguna vez le pregunté si la situación no era acaso lo suficientemente desesperada como para que ella aceptara venir, pero la respuesta no fue clara y no quise seguir insistiendo. Él había llegado a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939.

Curiosa reincidencia de una misma fecha: un 21 de agosto, treinta ocho años más tarde mo-riría mi madre.

-El lema de la Federación Internacional de Ajedrez es «Gens uns sumus» que signi .fica algo así como somos unafamilia».  Estafrase me evoca la llegada a la Argentina con jugadores de veinte países en el barco «Piriapolis» proveniente del puerto de Ostende’ Bélgica.  Pese a la proximidad de la guerra, allí había ‘óvenes y vi . el . os, hombres y mujeres, idiomas diferentes pero sin embargo no existían las distincíon religiosas o políticas.  Sólo contaban los tableros y el jaque mate.  Nadie se podía interponer, ni Hitler, ni Stalin, ni Mussoliní.

Su contacto con la Argentina se remontaba a la Olimpiada de Varsovia de 1935 en donde conoció a los integrantes del equipo nacional.

-Recuerdo cuando llegaron a Polonia- decía ~: Gran con su traje blanco y Pieci tomando mate. ,,¿Qué bebida es esa?», preguntaba la gente.  Eran la atracción de la prensa.

El 1′ de septiembre de 1939, mientras jugaba contra el equipo alemán en el Teatro Politeama, mi padre se enteró del ataque de ese país a Polonia que desató la Segunda Guerra Mundial.

 -Mifamilia era de trescientas personas – lo escuché contar una y mil veces en cada una de las entrevistas que le hicieron- y no quedó nadie.  Me quedé en Buenos Aires sin hablar el idioma, con doscientos dólares en el bolsillo y solo.  Creí que me volvía loco, pero el ajedrez me ayudó.  El ajedrez enseña a perder.

Después que murió supe que esos únicos doscientos dólares en el bolsillo a los que tantas veces hizo referencia habían sido el resto de trescientos que traía, ya que los otros cien los había perdido en el casino de Montevideo antes de llegar a Argentina.

Gracias a sus estudios de latín en el colegio y a la enorme facilidad que tenía para los idiomas, no le resultó dificil aprender el español.  Hablaba en total ocho lenguas más un dialecto: alemán, polaco, checo, ruso, yugoslavo, holandés, castellano, inglés, e idisch.

Debía decidir si se quedaba en Buenos Aires o seguía para Cuba, donde vivía un tío materno que había escapado de Europa años atrás para no hacer el servicio militar.

Raúl Capablanca insistía en que fuera para allá y empezó a gestionar por él los trámites para su ciudadanía.  Sin embargo mi padre dudaba, vivía en una pensión de la calle Lavalle con otro ajedrecista, Paul Keres, que también se había quedado varado en Buenos Aires.  Comían por un peso el plato de comida.

Una tarde se cruzó con un amigo polaco mientras caminaba por la calle Corrientes, mi papá le pregunto cómo estaba.

-Acá estoy, ganándome el puchero- contestó el amigo.

-¿Qué quiere decir eso?

-Es una comida típica de acá, un hervido de carne, verduras y embutidos.

Él pensó: en Polonia se dice ganándome el pan.  Por lo que el otro contaba puchero era más que pan, o sea que éste debe ser un país rico.  Decidió quedarse.

-Fue la mejor jugada que hice en mi vida- decía siempre en medio de una carcajada.»

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«Najdorf era un bon vivant.  Amaba la buena mesa, las cosas caras, no tanto el lujo como la comodidad.  Creía en la vida ajustada al deseo y eso nos legó.

Nos enseñó que la plata gastada en viajes es dinero invertido en conocimiento y nos alentó a recorrer y descubrir. Él mismo se jactaba de conocer casi todo el mundo con excepción de algunos países árabes y alguna que otra región de Africa.

Repetía continuamente distintas máximas con repecto al dinero:

-Cien pesos son poco para gastar y un peso es mucho para ganar- decía enojado cuando veía que no éramos cuidadosas. – Un millón no es nada y un peso es muchísimo.

-Ser pobre no es ninguna vergüenza, es sólo un poco incómodo. -Todo lo que se paga con plata es barato.

-La mortaja no tiene bolsillos.

-Un padre puede mantener a mil hijos, pero mil hijos no pueden mantener a un padre.

-Soy demasiado pobre para comprarme un traje barato.

Si bien era generoso y desprendido también fue una persona apegada a lo material.  Le gustaba ganar y definitivamente le importaba el dinero, aunque no sé si como fin o como medio.  Probablemente como ambos.

Una vez le solicitaron una sesión de simultáneas y le ofrecieron como pago mil pesos de entonces.  Dijo que sus honorarios eran mucho más elevados.  Como se trataba de un club pobre, con socios sin recursos, no podían pagarle lo que él requería.

-Eso esfácil de arreglar- dijo-.  Si por razones de prestigio profesional no puedo cobrar lo que ustedes me ofrecen como honorarios, nada me impide jugar las simultáneas gratis.

Otra vez estaba en Nueva York, un domingo en que no tenía nada que hacer y caminaba aburrido por el Central Park, cuando se encontró con un hombre que, sentado frente a un tablero, desafiaba a los paseantes a jugar por algunos dólares la partida.  Mi padre aceptó el reto.

-¿Juega bien?~ preguntó el otro antes de empezar.

-Me defiendo.

Mi papá ganó una partida, dos, cinco.  Después del último mate, el hombre comentó asombrado:

-Juega bien.  Su estilo me hace acordar al de un gran ajedrecista, pero él no vive aquí, se llama Miguel Najdorf. .»

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«Me explicaba que Savielly Grieg Tartakower, polaco como él y luego naturalizado francés, no sólo fue su maestro, sino también uno de los jugadores que más admiró. -Era un hombre de una cultura enorme, uno de los mejores jugadores de ajedrez y un @rail poeta que escribía en tres ¡dio ¡as.  Si bien nació en Polonía, había vivido en Francia y cuando empezó la guerra tomó la nacionalidad de ese país.  Cambió su apellido, pasó a ser el coronel Cartíer y fue secretario personal de Charles De Gaulle.  Cuando se firmó la paz le ofrecieron un puesto importante que se negó a ocupar y volvió a asumir su verdadera identidad.

Por eso le cedió el primer tablero cuando llegaron al país en 1939.

-Era un honor, querida, cómo iba yo, siendo el mas joven, a ocupar el primer tablero aunque fuera campeón polaco.

Parece que la admiración era mutua, porque una vez le preguntaron a Tartakower quién era el mejor ajedrecista.  Dijo entonces que Capablanca era quien mejor jugaba, pero Najdorf el que más amaba el ajedrez, el más genial del mundo.  Atesoró esa respuesta como uno de los premios más valiosos.

Años después, estando ya Najdorf definitivamente consagrado, se reencontró con su maestro en Venecia, días antes de comenzar un torneo en el que ambos participarían.  Lo invitó a comer.  Su compatriota le contó que había estado algo enfermo, pero que pensaba ganar ese match:

-Ahí gano el torneo y con ese dinero me hago un chequeo para mejorarme y vivir unos cuantos años más le dijo.

Era un certamen importante en el que también jugaban Euwe, Szabo y Esteban Canal, entre otros.  En la última ronda mi padre tenía un punto y medio de ventaja y le tocaba jugar con Tartakower, quien sin registrar que el tiempo había pasado, le anunció confiado que pensaba ganarle.

~Doctor, yo juego con blancas, no le va a resultar tan fácil.

Efectivamente la partida se mantuvo pareja hasta que mi papá le propuso tablas que el otro no aceptó.  Le ganó y Tartakower salió sexto.  Sólo obtuvo un pequeño premio.  A la mañana siguiente se cruzaron en el café del hotel. -Usted sabe que es muy popular en Argentina, ¿porqué no escribe algunas notas para un diario de Buenos Aires? – propuso mi padre~ Yo le pago y así consigue algo de dinero. – No, no, gracias

-Pero usted lo necesita

~Sí, ya me las voy a arreglar.

-Cuente conmigo

~De ninguna manera.

Al mediodía llamaron a la puerta de su habitación.  Era Tartakower:

-Ya que ha sido tan gentil y como es buen comerciante, le voy a ofrecer un negocio, aunque sé que usted me va estafar.

-¡¿cómo?!

-Hace un tiempo jugué un torneo en Budapest y gané el primer premio.  Allí me dieron una cigarrera.  Se la vendo.

-Doctor, yo no fumo.

-Yo sé que no fuma, pero todos los caballeros deben tener una cigarrera, para cuando viene una dama poder ofrecerle un cigarro.

-Y dígame doctor ¿cuánto vale?

-Usted es un buen comerciante, ponga el precio. -Cuatrocientos dólares- dijo mi padre sin pensarlo. ~Ya sabía que usted me iba a estafar.  Acepto.  Le pagó como cuarenta cigarreras.

Nunca se dejó ganar.»

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«Habitualmente Najdorf contaba rnil anécdotas, hasta algunas donde él mismo quedaba mal.  Como por ejemplo esa vez que fue a un torneo y le tocó jugar con un rival al que invitó a tomar unas copas.  El otro tomó y tomó.  Don Miguel lo contó cuando estaban escribiendo su libro.  Scalise le decía: «no, cómo va a contar eso», pero a él no le importaba.  Estaba con Eta y ella lo criticó porque estaba emborrachando a su rival.  Después de tomarse todo empezaron a jugar, y el Viejo vio que cada vez el otro estaba mejor, hasta que en un momento se dio cuenta de que estaba perdido y ofreció tablas.  El otro le contestó: «bueno le voy a aceptar, porque a alguien que me ha convidado tantos vodkas encima no le voy a hacer mate».  Entonces el Viejo le preguntó: «pero dígame, ¿cómo juega tan bien?» «Yo después de los veintitrés vodkas me vuelvo invencible».  Es gracioso, pero no, para que él lo contara, y sin embargo a él no le importaba.»